Soy curvy y romántica

Soy curvy y romántica

Sí, soy romántica.
Sí, soy curvy.
Por Cindy Roa de @curvymeprettyme
La pandemia del covid-19 nos cambió en muchas maneras. A mí, por mi parte, me arrebató a tres familiares, pero también me regaló algo que no sabía que necesitaba, y que sería clave en mi nuevo concepto de persona y mi forma de ver el mundo: esta pandemia me dio tiempo, ese tesoro que solo buscamos tener luego de cumplir las muchas metas del “casa, carro, beca, marido, hijos y un perro”, y que tal vez, se nos ha escapado de las manos cuando en verdad queremos disfrutarlo, o díganme si no les ha pasado alguna vez que dicen “me hago esa mascarilla cuando termine de trabajar”, o “llamo a mi mamá cuando me desocupe”, y solo nos acordamos de esas falsas promesas cuando estamos medio dormidas bien entrada la noche y la culpa nos ataca.
El tiempo es algo que damos por sentado, y que tomó un nuevo significado para mí en el momento en que perdí mi empleo y debido a la pandemia no tuve más que una infinidad de horas libres a mi disposición. Al principio me sentía culpable, no podía dimensionar el pasar un día leyendo, probando el maquillaje que empecé a comprar durante las cuarentenas o incluso durmiendo, y es que nos han dicho tantas veces que el descanso es un “premio” y no una necesidad básica del ser humano, que cambiar ese chip toma tiempo y mucho amor propio.
A propósito del amor propio, ese fue otro de los regalos que me trajo la pandemia, y fue la llegada a mi vida de la comunidad talla plus/curvy, que conocí en Gorda, un salón de moda plus size que cambió mi vida pues sucedió justo antes de la pandemia y con ello me abrió la puerta a infinidad de posibilidades de marcas y emprendimientos talla plus que me ayudaron a encontrar algo que había dado por perdido hace mucho tiempo, y fue la capacidad de disfrutar comprando ropa, y de construir poco a poco mi estilo personal.
Siempre he sido una persona de contextura grande. Gorda. Al día de hoy peso 89-90 kilos, y mido 1.73. Crecí escuchando las palabras “dieta”, “obesidad” y demás expresiones de micro violencia del tipo de “mejor compra esta prenda en azul oscuro que te estiliza la figura”, o “qué pesar una niña con una cara tan bonita como tú y con sobrepeso”, como si toda mi belleza, valor y seguridad dependieran de lo que dijera un número en una báscula. Desentenderme de esas ideas sobre una única forma de ser o sentirme bella me ha costado muchísimas lágrimas, terapia psicológica y auto-compasión, pero uno de los frutos de dicho proceso ha sido el permitirme reconciliarme con ciertas prendas, como fue el caso de los vestidos. Desde que “me desarrollé”, me encontré con un cuerpo alto, fuerte y robusto, un cuerpo que siempre me llevaba a “la parte de atrás de la fila” en el colegio y a ser “la que alzara a otras niñas en las pirámides de porras”, pero en aquel entonces no veía mayores problemas a la hora de elegir ropa, pues usaba el uniforme del colegio. Ya en la universidad, los vestidos comenzaron a abrirse un espacio en mi armario, e incluso, usaba algunas faldas “hippies” que me encantaban, y que al día de hoy sigo usando aunque por razones distintas, pues de regreso en mis 18-22 años, debo reconocer que muchas veces usaba esas faldas anchas como una forma de esconder mi cuerpo, de no tener que apretarlo con pantalones que “llegaban hasta la talla 14 y ya”, y de malas si mi cintura y cadera pedían una talla 16 a gritos, pues lo importante era “entrar” en el número al que llegaba x prenda de x marca, y ese problema no me pasaba con las faldas, de allí que las usara bastante, acompañadas de botas y saquitos (porque Bogotá, mijo). Ya en el mundo laboral, dejé de usar algunas faldas por comentarios machistas o negativos sobre mi cuerpo, y caí en una etapa más bien aburrida y monótona, de muchos pantalones entubados, saquitos y las mismas botas negras tooodos los días, todas las semanas.
 
Siempre he sido una amante del color rosa y del rojo, y me tomó un tiempo permitirme probar colores como el negro o el gris porque por alguna estúpida razón crecí creyendo que esos colores “me harían ver muy ruda”, y lo mismo me pasaba con el cuero/cuerina/eco-cuero o incluso las lentejuelas, pensaba que al ser alta y usar prendas de dichos materiales iba a transmitir miedo o me iba a ver como “niña mala”, y ha sido un proceso muy lento el permitirme jugar con esos colores y texturas, pero una vez encontré marcas que reconocían la diversidad de cuerpos entendí que la culpa no era mía por no entrar en un jean marca 14, sino de la industria de la moda por desconocer a una audiencia de mujeres que 1) no queríamos vestirnos con ropa de maternidad o de señoras, y 2) estábamos dispuestas a pagar lo justo por prendas que no violentaran nuestros cuerpos y medidas, y fue allí cuando comencé a comprar prendas gracias a la asesoría que me brindaban espacios como Instagram o Whatsapp, en los que las creadoras/administradoras de cada marca me ayudaban a entender mi cuerpo, a hallar mi talla y a entender que, más allá del número impreso en una marquilla o etiqueta, lo realmente importante era cómo me sintiera con cada prenda que estaba comprando.
Volviendo a mis encerronas de pandemia, una vez perdí mi empleo y no tuve que volver a vestirme pensando en evitar los comentarios morbosos de algunos excompañeros o jefes, descubrí en el comercio electrónico un camino para traer a mi vida prendas que hacía mucho había dejado de usar por miedo, por pena, y por primera vez en mucho tiempo encontré placer y disfrute en pedir un catálogo o explorar una página web, en tener opciones reales de dónde elegir y en construir lo que hoy considero mi estilo, que es muy romántico, coqueto y a la vez elegante.
 
Digo “romántico” porque muchas de mis prendas me han ayudado a reconectarme con mi feminidad, a proyectar confianza y seguridad en momentos claves de mi relación con mi pareja, y creo que todo eso es ser romántica, el construir relaciones plenas y auténticas en las que tanto tú como tu pareja se sienten bien, felices y bendecidos de tener al otro en sus vidas, y puede sonar increíble el que un vestido o prenda de vestir te pueda ayudar a sentir todo eso, a sentirte dueña del mundo en una primera cita o en tu aniversario de novios, pero así ha sido en mi caso, y creo que mi perfil de Instagram (@curvymeprettyme) es reflejo de ese proceso. Ser romántica es convencerte de que te mereces esa prenda tan hermosa, que no tienes que cambiar nada de ti para usarla, y que a veces la mejor ocasión para estrenar algo es el estar vivas, sanas y felices, nada más.
 
Hoy en día amo las faldas, los vestidos cortos a la rodilla, pero también los “cole pato” y los kimonos que combino con todo tipo de cinturones o fajones para jugar con mi silueta. Busco aprovechar mi altura cada que puedo, y agradezco el no necesitar tacones muy altos (pues tampoco sé manejarlos). Mi busto es pequeño, no es el clásico busto que se esperaría en alguien curvy como yo, y el reconciliarme con los escotes profundos es algo que todavía se me dificulta muchísimo, pero como todo en la vida, es un proceso de probar opciones, de sanar el cómo me veo con mi cuerpo y de entender que no hay una única forma de vestir cuando se es curvy o talla plus, pues por fortuna para todas el mercado está cambiando y cada día son más las opciones, solo hay que dar el primer paso y saber en dónde buscar.
 Y a ti, ¿Qué estilo te ha marcado en estos años de tantos cambios y aprendizajes?
 
 
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